NUEVA YORK.– Es más serio, más oscuro, más pesimista de lo que cualquiera podría imaginar. Woody Allen, uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos, el creador de varias decenas de obras maestras, cree que la vida se divide entre lo miserable y lo horrible, que es una tragedia y que con la muerte todo acaba. Nada hay más allá, cree saber. Y eso lo fastidia.
Pero es este mismo Woody Allen el que sigue creando gags desopilantes, el que escribe y filma al menos una película de calidad por año. La última, “Melinda y Melinda”, está por llegar a los cines argentinos. Y es el mismo Allen que concedió a LA NACION una entrevista de una hora y media en su cine privado, allí, en el Manhattan Film Center, que armó en la zona más exclusiva de esta ciudad, en el cruce de Park Avenue y la calle 63.
Es el mismo Woody Allen, el de las gafas que son su marca registrada, el obsesivo e hipocondríaco, el admirador de Ingmar Bergman y el lector confeso de Jorge Luis Borges. Pero está distinto, más viejo.
Cumplirá 70 años en diciembre y no le encuentra a eso un aspecto positivo, sino uno risible. “¡Odio ponerme viejo! No te pones más sabio, ni más tranquilo, ni más maduro. No ves el mundo de otro modo de repente ni a las chicas les da por la ternura... ¡Nada de eso!", dice, y ríe. Y cuando replico que se lo ve muy bien, aparece el Woody que todos esperamos: "Bueno, gracias... (calla unos segundos) ¡Salvo que tenga algo y que aún no lo sepa!", retruca. "Pero no soy hipocondríaco, ¿eh?" Y ríe, cómplice, otra vez.
-La crítica coincide en que con "Melinda y Melinda" ha retornado a la senda de sus mejores obras. ¿Usted se siente satisfecho con la película?
-Siempre he tenido una confianza extrema mientras escribo. Luego, cuando filmo, me siento más o menos cómodo, y después, cuando edito y veo lo que he hecho? [chasquea sus dedos] toda mi confianza se desvanece. "¡Mi Dios! ¿Qué hice? ¡Tenía una percepción maravillosa... y grabé esto!", pienso, pero no puedo tirar todo a la basura. Hago lo mejor que puedo cuando edito la película y me la saco de encima. Entonces entra la audiencia y a veces les gusta la película y a veces no, pero nunca saben lo que yo tenía en mente. A veces me gustaría decirles: "¡Ustedes no se dan cuenta de la idea maravillosa que tenía y de cómo la arruiné! ¡Sólo han visto el 50 por ciento, el 20 por ciento de mi idea!" Si sólo pudiera rehacer mis películas, realmente podría hacerlas mejor. Así que, volviendo a su pregunta, no, nunca quedo feliz. Sólo una o dos películas me dejaron satisfecho en toda mi vida y no pienso decirle cuáles son.
-¿Me dirá, al menos, hasta qué punto lo satisfizo "Melinda y Melinda"?
-Representa la mitad de lo que imaginé.
-¿Pensó en filmarla otra vez?
-No es tan fácil. Trabajo con un presupuesto muy bajo para los estándares de la industria. En Estados Unidos el costo medio de una película ronda los 50 o los 60 millones de dólares, y ahora películas de cien millones de dólares son bastantes comunes, mientras que yo nunca consigo hacer películas de más de 12 o 13 millones de dólares, por lo que no tengo el margen para rehacerlas. Filmar se ha convertido en algo prohibitivamente caro, en particular para quienes carecemos del dinero suficiente para armar algo parecido a "El aviador" [de Martin Scorsese, con Leonardo DiCaprio]. Esa película tuvo un presupuesto enoooorme, y está claro que Martin no dilapidó el dinero, pero, a su vez, recaudar semejante dinero es algo impensable para mí.
-Pero lo notable -y, para usted, lo halagador- es que, aun con sus bajos presupuestos, los actores quieren trabajar bajo sus órdenes?
[Sonríe con picardía, por primera vez.] -Bueno, sí, si los atrapo en el momento correcto. No van a trabajar en mis películas si algún otro les dice al mismo tiempo que les pagará diez millones de dólares, porque nosotros le damos el mínimo absoluto, mil dólares por día, cinco mil dólares por semana, cuando en otros films cobran fácilmente un millón de dólares por semana. Pero si cuando los llamo están en sus casas y les atrae el guión, entonces dicen que sí, que harán la película porque cobran dinero suficiente por las otras. Pero si les gusta el guión y después los llama Scorsese con una oferta de 15 millones de dólares? eso es todo. [Chasquea sus dedos otra vez.] ¡Se escapan!
-Esta es, desde 1999, la primera película en la que no actúa, y tampoco aparecerá en la próxima, "Match Point". ¿Prevé reaparecer en la siguiente?
-Sí, en la que filmaré este verano [por este invierno argentino]. Filmaremos en Londres, con Scarlet Johansonn. [Se pone serio, de improviso.] Cuando aparezco en una película debe ser una comedia. No soy un actor serio: la gente se ríe de mí, y "Match Point" es un film bastante serio. Si apareciera en la película, la arruinaría.
-Usted ha recibido toda clase de reconocimientos. ¿Aun así los estudios no confían en usted?
-No, no confían. Quieren sentir que participan en las filmaciones y estar seguros de que sus inversiones son seguras. No les agrada sentir que le entregan dinero a una persona a la cual no le importa lo que piensan o quieren. ¡Quieren ser parte del proceso, y yo no quiero que lo sean!
-"Melinda..." costó unos 12 millones de dólares. ¿Recuperó la inversión?
-Esta película recuperará lo invertido, sí. Pero... [tose, incómodo] siempre es un problema. En algunas películas previas, no se recuperó la inversión. Pero ésta lo hará, porque la lanzamos primero en Europa y tuvo una exposición muy fuerte allá. Cuando se lanzó en Estados Unidos ya había reembolsado once millones de dólares. Entonces, no hay ya tanta presión.
-En el caso de "Melinda y Melinda" ¿hay algo en particular que le agrade?
-Lo más agradable e interesante fue filmar la mitad dramática. Resultó más divertido, porque he grabado miles de escenas cómicas, pero muy pocas serias. Pero el desafío fue más para la protagonista, Radha Mitchell, porque grabábamos primero una escena cómica, donde ella era graciosa y chispeante, y casi de inmediato filmábamos otra escena en el mismo lugar, pero de la mitad dramática, para achicar los gastos. Y ella tenía que pasar de ser encantadora a las 9 de la mañana a ser un desastre a las 10.30 y otra vez a ser chispeante al mediodía.
-¿Aún siente que en Estados Unidos no entienden sus películas?
-Nunca he tenido un gran público aquí, ni siquiera cuando ganamos el premio de la Academia a la mejor película [con "Annie Hall"]. Ha sido una constante en mi vida. Cuando era comediante en los cabarets, los críticos me amaban, pero muy poca gente venía a verme. Me promocionaban en Las Vegas y nadie venía a mi espectáculo. Hice televisión y lo mismo: muy bajo rating. Y mis películas tienen siempre audiencias muy pequeñas, aun más bajas ahora.
-¿Por qué?
-Quizás a través de los años he hecho demasiadas películas y [sonríe] algunos de mis fans han muerto, lo que es predecible después de tantos años en este negocio. Además, la gente no va tanto al cine y prefiere alquilar películas, y los cines ofrecen menos variedad. Las películas estadounidenses son poco interesantes y los chicos ven cosas estúpidas, que no promueven una fermentación intelectual.
-¿Iría a la Argentina para impulsar un emprendimiento cultural o cinematográfico?
-Lo único que me ha prevenido de ir a la Argentina ha sido la extensión del viaje en avión. A mi esposa le encantaría ir, y a mí también. He tenido ofertas para tocar jazz con mi banda allí y en Brasil. Pero me intimida el viaje. No me gusta viajar a Europa, así que imagínese... No soy un gran viajero, pero mi esposa es la que me impulsa?
-¡Así que los argentinos deberían tentar primero a su esposa, para ver si así lo lleva a usted por la fuerza!
-[Se ríe] ¡Ciertamente ésa sería una forma de presionarme! Ella insiste mucho en ir a algunos lugares: la Argentina, Brasil y Asia, de donde ella proviene, ¡aunque viajar a Asia me asusta aún más!
-¿Cuál es la primera imagen o idea que le vino a la cabeza cuando mencioné a la Argentina?
-Borges [lo pronuncia perfecto]. George Louis Borges? He leído muchas de sus obras e integro varios comités y fundaciones que promueven su obra y honran su memoria. Soy un gran admirador suyo. Pienso también en Alfredo Zitarrosa, aunque era uruguayo. Tengo varios de sus discos. Y, por supuesto, pienso en los clichés que tenemos los estadounidenses: las pampas, los gauchos, los mejores bifes del mundo. También pienso en Buenos Aires como una de las ciudades más sofisticadas, otra París, con un muy alto nivel de arte y cultura.
-En "Bananas" parodió la realidad violenta y pintoresca de América latina. ¿Por qué y cómo la creó?
-Hace 35 años, lo que leíamos siempre en los periódicos era la inestabilidad recurrente de las que solían llamarse las "repúblicas bananeras" en América Central y, en menor medida, en América del Sur. Entonces un amigo y yo comenzamos a escribir un guión pensando que sería una atmósfera muy adecuada para una película cómica.
-En esa película, un sargento les aclara a sus soldados que pelearán para ambos bandos: "Esta vez, la CIA no quiere perder", les recuerda. ¿Cualquier similitud con la realidad actual es pura coincidencia?
-Correcto [sonríe]. Lo notable es que en aquel tiempo la vida cotidiana en la región era más rica que la ficción: había tanta violencia, tantos asesinatos, que sentimos que podíamos relatarla como una transmisión deportiva y colocamos a un par de supuestos periodistas del canal ABC News. Ahora, con la CNN, ese tipo de desastres son más realistas desde el punto de vista de la televisión, pero no resulta nada gracioso.
-Usted pasó de películas cómicas a producciones más profundas o dramáticas. ¿Refleja la evolución de su visión sobre la vida?
-Como artista, me siento más cómodo en la comedia, que me surge más naturalmente, pero como ser humano pienso que la vida es una experiencia muy triste y trágica. Por supuesto que tiene aspectos o momentos cómicos, pero la vida es tragedia.
-¿Cómo avizora la muerte?
-Como la tragedia última, máxima. No hay nada después de eso. Es la cesación de toda esperanza.
-¿No hay atisbo alguno de religiosidad en su vida privada?
-No. No soy religioso en absoluto. ¿Sabe? En "Melinda y Melinda" hay una mitad cómica y otra trágica, pero en realidad sólo se trata de una tragedia. Una mitad muestra una tragedia absoluta, y la otra, una tragedia con algunos puntos risibles en su desarrollo. Pero no existe una opción en la vida: es tragedia, en su comienzo, en su transcurso y en su final.
-Reafirma la visión del personaje de Alvie Singer, que usted encarnó en "Annie Hall", cuando decía que los humanos nos dividimos entre los miserables y los horribles?
-Sí, sin duda es cierto. La vida puede ser horrible, realmente horrible. Y si tienes suerte, tienes éxito, tienes hijos, un buen trabajo, salud, una mujer que te quiere y todo lo demás, aun así al final envejecerás y morirás. Tus hijos y tu esposa también morirán con los años, y no importa qué hagas desaparecerá todo rastro tuyo. Así que la vida es miserable y puede tornarse terrible.
-¿Entonces cómo lidia con la idea de envejecer? Usted cumplirá 70 años en diciembre próximo.
-¡Gracias por recordármelo! [Ríe.] ¡Odio ponerme viejo! El envejecimiento no viene con cualidades redentoras que compensen los problemas: no te pones más sabio ni más tranquilo ni más maduro. No ves el mundo de otro modo de repente ni a las chicas les da por la ternura? ¡Nada de eso! ¡Es un pésimo acuerdo, si es que alguien lo pensó de ese modo!
-Bueno, pero usted está en perfecto estado físico y parece saludable...
-Sí, bueno, gracias... [vuelve a sonreír con picardía.] ¡Salvo que tenga algo y que aún no lo sepa! Pero no soy hipocondríaco, ¿eh? [Carcajadas.]
-¿Qué es lo que más lo asusta de envejecer?
-El deterioro y la muerte. Hacemos todo lo posible por negar u ocultar que nos van a pasar. En mi caso, me encanta trabajar y me resulta terapéutico, como cuando a un viejito lo ponen a tejer cestos. Trabajo porque me ayuda. Si luego la gente va a ver lo que hago, me hace más feliz, pero si no van, ¡me importa nada mientras pueda seguir haciendo películas!
-¿Acaso intenta alcanzar la inmortalidad a través de sus obras?
-¡No! [tajante.] No existe la inmortalidad. El arte es apenas una catálisis intelectual del artista, que a veces cree que existe la vida después de la muerte y que sus obras le permitirán alcanzar la inmortalidad. Pero no, olvídese, no existe eso. No sé cómo les caerá a los católicos de su país, pero no hay nada después de la muerte.
-Volví a ver "Bananas", que hizo en 1971. Y usted está allí joven, hilarante y sagaz. ¿Acaso eso no es una forma de inmortalidad?
-¡No! Eso no significa nada. Podemos ir juntos a la tumba de Shakespeare y depositar flores sobre ella y hablar de cuán buen escritor era y seguir así por un largo rato. Pero para Shakespeare es lo mismo que estemos allí o que no. ¡El está muerto! Es obvio que implica una gran decepción no aceptar la idea de posteridad, de inmortalidad o de legados, pero en última instancia todo eso no significa nada.
-Se ha dicho que usted, junto a Ingmar Bergman y Akira Kurosawa, formó la trilogía que intentó "hacer literatura" con sus películas...
-[Interrumpe.] Para mí, Bergman y Kurosawa son tremendos genios del cine y no siento que alguien pueda ponerme en la misma conversación con ellos. No puedo ser miembro de ese club. Puedo aspirar a ser miembro, pero nunca lo seré, porque carezco de la genialidad que ellos sí tenían.
-¿Son ellos dos los creadores que usted más admira?
-Bergman es el que más admiro. Tengo una gran reverencia por Kurosawa y por Fellini, pero Bergman es el que más admiro, por razones particulares. No simplemente porque haya sido el más grande director, por encima del resto, sino porque los temas sobre los que hizo sus películas tienen un significado especial para mí. Otros podrán sentirse más conectados con Fellini o Kurosawa, pero en mi caso siento que Bergman me habla a mí, personalmente, en sus películas. Es mi favorito.
-¿Acaso le atrae en Bergman su planteo sobre el silencio de Dios?
-[Asiente con la cabeza.] Bergman me interesa porque sus temas centrales eran los terrores existenciales, el silencio de Dios y las dinámicas religiosas y, en un nivel más personal, su visión sobre las dificultades que tienen hombres y mujeres para comunicarse. Kurosawa me atrae menos por los temas que aborda, pero sí por el modo espectacular en que lo hace, mientras que Fellini me atrae por los temas que aborda, pero en menor medida que Bergman.
-Muchas mujeres consideran que usted conoce muy bien cómo piensan. ¿Siente que es así?
-Me siento más atraído por las mujeres. Las encuentro más grandes que los hombres. Desde el comienzo mismo de la vida, ves a los chicos que se pelean, mientras que las niñas son muy dulces. Las mujeres son más civilizadas, gentiles, interesantes y divertidas porque son más complicadas y más emocionales, mientras que los hombres intentan mostrarse fuertes y ocultar sus emociones.
-¿Cómo definiría a la mujer?
-Como el género superior. Aun si incluyo a mi madre y a mis ex esposas [sonríe], porque he tenido muy buenas relaciones con ellas. Mi primera esposa era brillante y me ayudó mucho. Sigo siendo muy amigo de mi segunda esposa [por Diane Keaton], y mi tercera esposa... bueno, sigo casado con ella. Todas ellas, más mis amigas y tías, han hecho grandes contribuciones a mi vida.
-¿Cómo se llevaba con sus padres, ya que bromeó sobre ellos miles de veces? Recuerdo "Días de radio" y "Annie Hall", entre otras películas?
-Mis padres jamás entendieron mis bromas. Nunca. Pero, a la vez, estaban muy contentos con mi éxito. Y aun así habrían sido más felices si hubiera sido médico o farmacéutico o abogado, porque eso es lo que entendían, a diferencia del negocio del espectáculo, de los cabarets, de las películas, aunque también se emocionaban mucho cuando aparecía en el periódico alguna crítica de mis películas.
-Pero ¿qué le decía su madre cuando usted decía, por ejemplo, que el primer regalo que le hicieron de bebe fue poner en su cuna un osito... vivo?
-¡Ja! Bueno, siempre hay que exagerar un poco la verdad? Uno hace cada broma? Como principio, los chistes, como el drama, se basan en los conflictos. Pero la verdad es que mis padres eran muy buenos conmigo. Mi madre fue muy estricta, pero muy generosa al cuidarme... y al sacar el osito vivo de mi cuna.
-¿Qué le disgusta de usted? ¿Su hipocondría, sus obsesiones? ¿Se prepara el mismo desayuno, del mismo modo, desde hace 50 años?
-Bueno, tengo algunos pésimos hábitos. Soy perezoso, cobarde, impaciente, corto de mente? Pero también admito que no le deseo mal a nadie, que trato de ayudar y que tengo una actitud de vivir y dejar vivir.
-Los roles que asume suelen ser de indecisos, cobardes, perdedores. ¿Le gustaría, alguna vez, actuar de ganador y conquistar a la mujer más bonita?
-No, realmente. ¡No creo que pueda convencer a los espectadores con semejante personaje! Represento mejor personajes con otras condiciones que me son más naturales: incompetentes, cobardes, inestables... Usted sabe, ese tipo de cosillas.
-Ultima pregunta: ¿se animaría a ser analizado por un lacaniano?
-¿Usted dice en sesiones cortas? Reconozco que, como decía Bruno Bettelheim [psiquiatra sobreviviente de los campos de Dachau y Buchenwald], a veces se puede mejorar casi de inmediato, como ocurría en los campos de concentración, cuando un neurótico o un fóbico cambiaban en un segundo, y no siempre para mal, con una pistola en su rostro. Dicho esto, le respondo: no, no me animaría con un lacaniano, porque anticiparme a que, en cuanto entre en el consultorio, un tipo me diga: "Vaya directo al punto"... ¡Ah, no! ¡Me haría entrar en pánico! ¡Sería dramático para mí!
Por Hugo Alconada Mon
Corresponsal en los EE.UU.
viernes, 1 de febrero de 2008
Woody Allen opina: "La mujer es superior al hombre"
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Diario La Nación
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